lunes, 13 de abril de 2015

El Museo Picasso de Barcelona.





Picasso, Pablo. Ciencia y caridad, 1897, Museo Picasso, Barcelona.



En las cercanías de la gótica basílica de Nuestra Señora del Mar, cuya construcción relató Ildefonso Falcones con maestría en su famoso best-seller, se sitúa el Museo Picasso de Barcelona. 


La institución se emplaza en una serie de antiguos palacios que ejemplifican la arquitectura civil del gótico catalán. Estas casas señoriales, cuyos motivos ornamentales evocan el arte bajomedieval en la barcelonesa calle Montcada, fueron unidas y modificadas para adaptarse a las exigencias propias de un museo de arte moderno, a saber: paredes blancas, suelos de asépticos tonos grises, dominio de la iluminación artificial, etc. El motivo era acoger la colección de uno de los grandes artistas del siglo XX, cuyo paso por la capital catalana marcó un punto de inflexión en su carrera. 




Imágenes del interior del Museo Picasso de Barcelona. 

El resultado es un conjunto de 5 edificios entrelazados por sus patios, como una calle interior que discurre paralela a la bulliciosa calle del barrio gótico, donde arcos ojivales y decoraciones vegetales establecen un curioso diálogo con las propuestas vanguardistas de un pintor inconformista y apasionante.

La colección está integrada por más de 4200 obras de Picasso. Es una referencia a nivel mundial para el estudio de su etapa de formación y juventud. Resulta toda una experiencia (y descubrimiento) para el visitante que sólo conozca al magnífico Picasso cubista. 



Picasso, Pablo. Retrato del padre del artista, 1896, acuarela sobre papel, Museo Picasso, Barcelona.

Estas obras de muy diversa técnica y formato (desde los dibujos preparatorios hasta los grandes lienzos) realizadas en La Coruña, Málaga, Barcelona, Madrid, Horta de Sant Joan, etc., muestran el proceso creativo y de evolución artística de un creador que aprende de los grandes maestros del pasado. Una humildad en lo creativo que muchas veces queda ensombrecida por su desbordante personalidad. Pero además, unos orígenes academicistas que hunden sus raíces en la pintura tradicional, en los convencionalismos de la pintura para los “salones oficiales” de finales del siglo XIX y principios del XX; obras como “Ciencia y caridad”, que sorprenden a aquellos visitantes que esperan encontrar al pintor cubista de “Las señoritas de Avignon”.


Picasso, Pablo. Retrato de Benedetta Bianco, 1905, óleo sobre lienzo, Museo Picasso, Barcelona.

El recorrido museístico propuesto es cronológico. Sin duda el discurso más lógico para poder apreciar el carácter pedagógico y académico de la colección. El foco principal se centra en el período de 1890 a 1906, a penas dos décadas en las que alterna su formación con ejercicios de introspección en los que se atisban rasgos de lo que será el Picasso que todos conocemos. Su época azul (1901-1904) o la rosa (1905-1906), comienzan a configurar un lenguaje propio y estilísticamente independiente de lo que hacían sus coetáneos. 

Conocida es su relación con Georges Braques, su profunda admiración -y simultáneo recelo- hacia Matisse, o sus intensos amorios, que marcarán gran parte de su carrera. Pero no todos saben que Manuel Azaña, en el fatídico año de 1936, nombró director del Museo del Prado a Pablo Picasso “atendiendo al mérito, servicios y circunstancia” del pintor, con un sueldo de “quince mil pesetas” de la época; y es que la relación del malagueño con la pinacoteca viene de lejos, en concreto de sus años de formación en la capital española. De tal modo, cuando llegó a cierta edad, volvió su mirada a sus orígenes, a aquella gran galería del Museo del Prado, donde tanto aprendió, pasando largas horas escudriñando los grandes lienzos de Tiziano, Rubens, Goya y, sobretodo, de su maestro Velázquez. 


(izq.) Velázquez, Diego. Las Meninas, 1656, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado, Madrid.
(der.) Picasso, Pablo. Las Meninas (conjunto), 1957, óleo sobre lienzo,  Museo Picasso, Barcelona.

A “Las Meninas”, obra cumbre del gran pintor del siglo de oro español, dedico una serie en los años 50, de la que el museo barcelonés posee 57 piezas. Lienzos en los que analiza y desgrana cada figura desde su particular punto de vista. Lo mismo sucederá en esta época con “El Greco”, otra de las obsesiones del pintor malagueño. Es una vuelta al pasado sin resultar en una “vuelta al orden”, pues mantiene un lenguaje propio, huyendo de la  copia fidedigna ya que ahora no es el joven aprendiz del pasado, sino un gran maestro que puede hablar de tú a tú con los clásicos. 

Para terminar, no dejar de mencionar que el museo guarda una gran cantidad de fondos documentales, fruto de donaciones y adquisiciones, que constituyen una fuente esencial para los trabajos de investigación sobre la figura de Picasso; igualmente aprovecho para recomendar la visita a uno de los barrios con más encanto de Barcelona y a esta institución cultural imprescindible para cualquier amante del arte y del “postureo cultureta”.   

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