viernes, 2 de enero de 2015

La Catedral de Cristo Salvador, Ávila.




Como abulense que soy, tarde o temprano tenía que hablar de la ciudad que me vio nacer, Ávila “de los caballeros”. Es por ello que, aprovechando la celebración en este 2015 del V centenario del nacimiento de Santa Teresa de Ávila, me adelanto a los festejos y exposiciones que se celebrarán por doquier con esta entrada dedicada a una de las construcciones más emblemáticas de la bella ciudad castellanoleonesa.


Templo y fortaleza, la historia de la Catedral de Cristo Salvador corre paralela a la de Ávila. Una imponente obra cuya construcción comenzó en el siglo XII, de manera simultánea a las murallas que rodean la ciudad, y se remató en el XV; por lo tanto, el templo se inicia en el románico, se empapa de las novedades del gótico y es finalizado en el Renacimiento. Tres siglos de fábrica, pero nueve formando parte de la historia y el arte de Ávila.


Iniciada en un románico de transición, es considerada como la primera catedral gótica de nuestro país. Su planta en forma de cruz latina, de clarísimo origen románico, destaca por su ábside con doble deambulatorio, con arcos ojivales en el interior dando sensación de ligereza y, al exterior, se presenta como parte de la muralla (es un cubo de la misma) con sus almenas defensivas (es el famoso “Cimorro” de la catedral, visible al salir por la Puerta de los Leales o del Peso de la Harina). 

La fachada original de la catedral, conocida como Puerta de los Apóstoles, es de estilo Gótico y data del siglo XIV. Fue trasladada a su ubicación actual, en el lado norte del edificio, en la segunda mitad del siglo XV por orden de Juan de Guas tras hacerse cargo de las obras del conjunto. Debido a la estrechez del espacio, las esculturas debíeron adaptarse al espacio angosto, de tal modo, dos de los apóstoles no se sitúan en sus jambas habituales, sino que se encuentran ocupando el espacio del muro. De entre las figuras que componen la fachada, destacan el Cristo Salvador, la escena de la Coronación de la Virgen o las dedicadas a la Pasión. Es una pena comprobar cómo las inclemencias del tiempo han afectado gravemente al estado de conservación de las mismas. 


En la fachada occidental, lo que llama la atención a los visitantes es la presencia de dos salvajes flanqueando la entrada. Son dos figuras de grn tamaño, que con una mano sujetan un escudo y con la otra lo que parece un garrote, y su cuerpo, cubierto de vello, hace referencia a la leyenda medieval de que andar desnudo durante cierto tiempo por la naturaleza, traía como consecuencia la locura, ademas de que el cuerpo se cubriera de una densa mata de pelo. En el siglo XV, estas figuras en alusión al homo agreste u homo sylvaticus hallaron gran difusión en toda Europa como tenantes de escudos familiares. Se trata de una asociación entre la fortaleza de estos seres con la genealogía familiar. Los salvajes son fruto de una compleja mezcla entre la cultura popular y  la tradición grecolatina y judeocristiana,  convirtiéndose en figuras apotropaicas o protectoras de determinadas casas de alto rango (igualmente podemos ver estas figuras en el palacio de los Dávila)[1].


Detalle central del sepulcro de Alonso Fernández de Madrigal, obra de Vasco de la Zarza.


A destacar entre los tesoros que acoge el templo, el magnífico sepulcro del teólogo del siglo XV Alonso de Madrigal (situado en el trasaltar). Oriundo de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), fue consejero de Juan II y obispo de Ávila (1449). La obra es un altorrelieve labor del escultor renacentista español Vasco de la Zarza[2].

Pero de entre todas las piezas artísticas que atesora la catedral, destaca sobremanera el Altar Mayor, iniciado por Pedro Berruguete, continuado por su discípulo Santa Cruz y concluido por Juan de Borgoña. Obra de Berruguete son los evangelistas, los doctores de la Iglesia y la Flagelación; de Santacruz la Oración en el Huerto, Crucifixión, Resurrección y Epifanía; Borgoña fue el encargado de realizar las tablas de la Anunciación, el Nacimiento, la Transfiguración, la bajada de Cristo a los infiernos y la Presentación de Jesús en el Templo. Sin duda es el epitome de la pintura renacentista abulense[3].


[1] OLIVARES MARTÍNEZ, Diana. El salvaje en la baja Edad Media. Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2013 .
[2] CASAS, Narciso. Historia y Arte en las catedrales de España Bubok, Madrid, 2012.p. 218
[3] Idem.

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