lunes, 29 de diciembre de 2014

WASHINGTON IRVING, los Cuentos de la Alhambra.



Daguerrotipo de Washington Irving (copia moderna de Mathew Brady, original de John Plumbe).

Washington Irving es uno de los escritores de finales del siglo XVIII y principios XIX, más populares de la literatura universal. Editor, novelista y diplomático, seguramente le conoceréis como el autor de La leyenda de Sleepy Hollow (el jinete sin cabeza). 



Una de sus obsesiones vitales fue dignificar la profesión de escritor y, en gran medida, lo consiguió. Es el primer escritor que da a conocer literatura de Estados Unidos en el viejo continente, como atestigua el hecho de ser admirado y seguido por europeos como Dickens o Byron.
Los Cuentos de la Alhambra son una fuente literaria para la Historia del Arte muy atractiva, diferente a los tratados pero fundamental para contextualizar. Es un discurso literario, con connotación memorial y con un claro protagonista: un edifico medieval.

El leitmotiv de la obra es un edificio medieval que se coloca como escenario, pero contemporáneo a los elementos propios del Romanticismo del siglo XIX como la evocación del orientalismo. Los grabados decimonónicos, en ocasiones más miméticos, en otros con más licencias, contribuyen igualmente a la evocación que en el XIX se hacia de toda la realidad medieval.

En la obra de Irving se habla de realidades que han desaparecido, funciones de la edificación impensables hoy día. En algunos fragmentos, como los célebres salones de la Alhambra, indica cómo las estancias son usadas como recolectores de deshechos, unos usos que fueron habituales, que nos sitúan en los términos de conservación de los edificios, aspecto muy interesante al abordar la obra de este autor que no es un tratadista (el problema surge cuando este tipo de fuentes se interpretan literalmente, transformando en un tratado lo que era un texto literario).

Cuando se evoca y memoriza una realidad, como en este caso, surge con fuerza el deseo de preservarla, algo que no siempre ha sucedido. Preservemos las leyendas y sus magníficos escenarios, las salas de la Alhambra, su conjunto, los habitantes y los recuerdos de los moros en las estancias del palacio nazarí[1].


[1] Irving utiliza la expresión moro y no árabe sin un sentido discriminatorio o racista. Es una denominación corriente, vulgar, pero exacta sobre la población que habitó esos espacios.

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