domingo, 26 de octubre de 2014

Givenchy en el Thyssen, entre el suelo y el cielo.



Gafney, Joe. Hubert de Givenchy rodeado de sus modelos con motivo de la retrospectiva realizada en Japón por sus 30 años de carrera, 1982.

“Decidí que un día sería modisto debido a la admiración que me producía el corte impecable, la elegancia y la modernidad de las creaciones de Cristobal Balenciaga. Tuve la gran oportunidad de entrar a trabajar con Jacques Fath, diseñador joven y de gran talento, y un año más tarde continué mi formación con Robert Piguet. Por entonces conocí a Christian Dior, que estaba preparando la apertura de su propia casa, y me propuso que trabajara con él más adelante.” Hubert de Givenchy.




Doisneau, Robert. Hubert de Givenchy, 1960.

El Museo Thyssen presenta una gran retrospectiva de los 44 años de carrera (1952-1996) del modisto francés Hubert de Givenchy. La muestra, comisariada por la propia Maison, reúne casi un centenar de creaciones procedentes de museos y colecciones privadas de todo el mundo, que comparten espacio y discurso con algunas obras de la colección Thyssen.

Givenchy es una de las firmas de alta costura más reconocidas y alabadas, una maison que forma parte del genoma cultural (y en gran medida de la leyenda) del siglo XX. Es parte de la historia de esa sociedad glamurosa, elitista, que vive ajena a las preocupaciones diarias, dedicada al lujo y a la ostentación, que ocupa su lugar en el estrellato político, social, económico e incluso integrado en la realeza.

La presencia de obras de Francisco de Zurbarán, Rothko, Miró o Robert Delaunay se explica por la influencia que el arte de la pintura ha ejercido en la labor del artista. Como todo creador, en su proceso creativo considera necesario apropiarse del pasado, analizarlo e interpretarlo para, de esa manera, poder crear algo nuevo. Sin duda las geometrías y el uso del negro en la obra de Stella tienen su paralelismo en creaciones como el little black dress de Givenchy, o las lujosas vestimentas y adornos de los que Zurbarán dotaba a sus santas, pueden recordar a los lujosos vestidos de gala de la casa francesa.



(izq.) Cartel de la exposición con la imagen de Audrey Hepburn. (der.) Detalle del vestido de noche recto, en satén negro. Diseñado por Givenchy para Audrey Hepburn en la película Desayuno con diamantes, 1961, Maison Givenchy.

“Con su aspecto más juvenil, y con un estilo distinto tanto por su encanto como Portu marcada personalidad, Audrey Hepburn hizo también mucho por el éxito de nuestra firma. Durante dos años, Audrey me pidió que la vistiera en películas suyas, como Sabrina, Desayuno con diamantes, Una cara con ángel y muchas otras, con lo que fue creciendo nuestra amistas. Y la alegría de trabajar juntos nos fue deparando momentos inolvidables.” Hubert de Givenchy.

Una de los espacios más atrayentes (casi parece una fan-zone) es sin duda el dedicado a la especial amistad que el modisto mantuvo con la estrella hollywoodiense Audrey Hepburn. Su aspecto delicado, frágil, pero fascinante y de una elegancia soberbia, debe mucho a su estrecha colaboración con Givenchy. Un tandem laboral que con el tiempo se convirtió en una bonita amistad. 



Conjunto de noche compuesto por vestido y abrigo en satén crudo, cuerpo con flores multicolores bordadas. Llevado por Jackie Kennedy, verano de 1961. Maison Givenchy.

En este punto he de reconocer que mi conocimiento del mundo de la moda es bastante escaso, no es una de las ramas del Arte que me fascine especialmente; sin embargo soy consciente de su influencia cultural, económica, social e histórica innegable. Es por ello que resulta curioso ver una exposición como esta, de una de las firmas más prestigiosas a nivel mundial, con mi mirada nueva, e ignota, que se acerca a un mundo extraño y ciertamente desconcertante. Todos aquellos vestidos de corte impecable, delicadas telas y complejos entramados textiles, me resultan tan lejanos como la clientela a la que se dirigen: una serie de señoras de la alta sociedad y personajes dignos de la crónica rosa y la cultura Pop más elitista (valgan como ejemplo Wallis Simpson, Carolina de Mónaco o Jacqueline Kennedy). 

En algunos momentos me sentía en unos grandes almacenes de la londinense Oxford Street tipo Selfridges, como un turista que tiene la sensación de estar gastando una fortuna simplemente paseando por aquellas salas. Espacios que, por su parte, queriendo o sin querer, recuerdan a escaparates de tiendas de lujo y a ese ambiente de gran almacén donde predominan los espacios cerrados, el control de la iluminación para dar la sensación de detención del tiempo, los maniquíes de medidas perfectas que acentúan esa idea de irrealidad, etc. Inevitablemente pensaba en esa idea del “ente plástico, a propósito del maniquí, del que hablaba la historiadora Ana Ávila Padrón en referencia a la relación entre Gómez de la Serna y Gutiérrez Solana. En definitiva todo un conjunto de sensaciones y extrañezas que, aún así, me dejaron un buen sabor de boca.

 

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