domingo, 29 de junio de 2014

El Greco y la pintura moderna en el Museo del Prado.



(Izq.) El Greco, El caballero de la mano en el pecho, 1580, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado, Madrid. 
(Der.) Amedeo Modigliani, Paul Alexandre ante una vidriera, 1913, óleo sobre lienzo, Ruan, Musée des Beaux-Arts, Don Blaise et Philippe Alexandre, 1988.

Con casi ochenta prestadores, el Prado configura una compleja y fascinante muestra en la que maestro y aprendices, separados por siglos de distancia, superan el tiempo real para sumergirse en un tiempo inconsciente en el que todos conviven.



Desde un punto de vista más pragmático es loable el esfuerzo realizado, pues difícilmente el visitante será consciente de la complejidad que conlleva una exposición de estas características. Una muestra que desde hace diez años se está fraguando en la institución, fruto de un arduo trabajo de investigación que se ha ido materializando en los últimos cuatro años. El conjunto de obras reunidas establece una continuidad a lo largo de más de 100 años, desde 1860 hasta 1970, donde se muestra que el Greco es el gran maestro de referencia de la pintura moderna.



(Izq.) El Greco, La Anunciación, 1600-1603, óleo sobre lienzo, Szépmüveszeti Múzeum, Budapest. 
(Der.) Édouard Manet, Cristo muerto con ángeles, 1864, Nueva York, The Metropolitan Museum of Art. H. O. Havemeyer Collection, Bequest of Mrs. H. O. Havemeyer, 1929.

El leit motiv es el redescubrimiento de la obra del artista cretense a finales del siglo XIX por parte de académicos, instituciones culturales y coleccionistas. El mundo revalorizó en el XIX la obra de otro de los grandes artistas españoles, Velázquez, y después le tocó el turno a la innovación formal del Greco, objeto de importantes estudios como el de Manuel B. Cossío (1908) o la primera exposición realizada por el Prado en 1902. Los pintores contemporáneos tomaron así un primer contacto con la producción de un artista casi desconocido hasta el momento fuera de nuestras fronteras. Con todo este revuelo en el ámbito intelectual era inevitable que sus formas y su estilo influyeran en el devenir artístico de finales del siglo XIX. Un rastro que puede seguirse hasta el segundo tercio del siglo XX. 


(Izq.) El Greco, San Bernardino de Siena, 1603, Toledo, óleo sobre lienzo, Museo del Greco. Depósito del Museo del Prado.
(Der.) Ignacio Zuloaga, El anacoreta, 1907, óleo sobre lienzo, París, Musée d´Orsay, legs Paul Cosson, 1926.

El Prado reúne en esta exposición un buen muestrario de best-sellers de la pintura moderna,  sin duda grandes nombres del arte, tanto nacionales como internacionales, que atraerán al público este verano a las salas del edificio de Villanueva. Entre los más destacados están Manet, Cézanne, Delaunay, Derain, Modigliani, la vanguardia checa, Rivera, o Zuloaga, sin olvidar a pintores de posguerra como Giacometti, Bacon, Saura, así como el último Picasso.

La modernización de la pintura debe mucho a la vinculación existente entre la obra del Greco y Cezanne. El cretense fue un claro referente de movimientos como el cubismo y el expresionismo, pero gracias a la reinterpretación que de su obra hizo otro gran pintor, Cézanne; que decir de Cézanne, el gran faro que guiaba a los artistas de vanguardia, padre de la geometrización de las formas, de la pincelada suelta y matérica que en sus manos se convertía en expresión del espíritu humano, de las emociones y del alma del creador. El nexo artístico con el Greco fue redescubierto tras su muerte, y como muestra la copia que realizó el 1882 de la Dama del armiño (1577-79), una famosa obra atribuida al cretense.


(Izq.) ¿El Greco?, La dama del armiño, ¿1577-1579?, óleo sobre lienzo, Glasgow, Lent by Glasgow Life (Glasgow Museums) on behalf of Glasgow City Council. Stirling Maxwell Collection, gift 1967.
(Der.) Paul Cézanne, La dama del armiño, según el Greco, 1885-1886, óleo sobre lienzo, Londres, colección particular.

La presencia del Greco en otro auténtico monstruo del siglo XX, el malagueño Pablo Picasso, se hace patente desde su época de estudiante de arte, cuando un jovencísimo Picasso acudía al museo del Prado para aprender de los grandes. Si bien es cierto que esta referencia no la perdió en toda su carrera, es en Evocación. El entierro de Casagemas, obra del período azul, en la que rinde un emotivo homenaje a su gran amigo, el poeta y pintor español Carlos Casagemas (1880-1901), empleando una iconografía expresionista que bebe del Greco.


El Greco, La visión de san Juan, 1608-1614, óleo sobre lienzo, The Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

En España el Greco comenzó a ser valorado a finales del XIX. Buena parte de los escritores de la Generación del 98 participaban de esta reconstrucción de la figura del cretense. En el ámbito artístico, Ignacio Zuloaga fue su más ferviente defensor y un admirador incondicional de su obra, de la que se convirtió en coleccionista llegando a acumular hasta 15 lienzos. Aunque la mayoría de esos cuadros eran copias de taller, poseía uno de los mejores ejemplos de la última etapa del Greco La visión de san Juan.


Diego Rivera, Adoración de la Virgen y el Niño, 1913, pintura encáustica sobre lienzo, Colección María Rodríguez de Reyero.

Los ecos de la obra del Greco también llegaron a los países germánicos, que abrazaron apasionadamente su estilo de gran influencia para el desarrollo de los expresionismos. Pero aunque pueda parecer sorprendente fue el orfismo el movimiento que mejor aprovechó las enseñanzas del pintor. Robert Delaunay se valió de su estilo dinámico en el uso del color y en la composición en planos para muchas de sus obras, y expandió su influencia entre sus amigos artistas. Uno de ellos era el mexicano Diego Rivera, que en Adoración de la Virgen y el Niño fusiona la obra del cretense con lo aprendido de Picasso y el cubismo.


(Izq.) El Greco, San Sebastián, 1610-1614, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado, Madrid.
(Der.) Robert Delaunay, Gitano, 1915, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.

Los estragos producidos por la Segunda Guerra Mundial causaron gran impacto en las nuevas corrientes artísticas. La angustia, la necesidad de expresión del sentimiento a través de medios novedosos y rupturistas con el pasado, hace que muchos de estos artistas indaguen en esas mismas obras en busca de fuentes de inspiración. Puede parecer contradictorio, pero es necesario conocer la historia para poder aprender de ella y superarla, o al menos proponer algo distinto. De tal modo en los escorzos de Francis Bacon podemos descubrir la influencia de las figuras de la Resurrección del Greco, Giacometti se deja llevar por la Dama del armiño y nuevamente Picasso, el ojo que todo lo devora, recupera su admiración por el cretense en su última etapa creadora.

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