Picasso,
Pablo. Ciencia y caridad, 1897, Museo
Picasso, Barcelona.
En las cercanías de la gótica basílica de Nuestra
Señora del Mar, cuya construcción relató Ildefonso Falcones con maestría en su
famoso best-seller, se sitúa el Museo Picasso de Barcelona.
La institución se emplaza en una serie de antiguos
palacios que ejemplifican la arquitectura civil del gótico catalán. Estas casas
señoriales, cuyos motivos ornamentales evocan el arte bajomedieval en la
barcelonesa calle Montcada, fueron unidas y modificadas para adaptarse a las
exigencias propias de un museo de arte moderno, a saber: paredes blancas,
suelos de asépticos tonos grises, dominio de la iluminación artificial, etc. El
motivo era acoger la colección de uno de los grandes artistas del siglo XX, cuyo
paso por la capital catalana marcó un punto de inflexión en su carrera.
Imágenes del interior del Museo Picasso de Barcelona.
El resultado es un conjunto de 5 edificios entrelazados
por sus patios, como una calle interior que discurre paralela a la bulliciosa
calle del barrio gótico, donde arcos ojivales y decoraciones vegetales establecen
un curioso diálogo con las propuestas vanguardistas de un pintor inconformista
y apasionante.
La colección está integrada por más de 4200 obras
de Picasso. Es una referencia a nivel mundial para el estudio de su etapa de
formación y juventud. Resulta toda una experiencia (y descubrimiento) para el
visitante que sólo conozca al magnífico Picasso cubista.
Picasso, Pablo. Retrato del padre del artista, 1896, acuarela sobre papel, Museo Picasso, Barcelona.
Estas obras de muy diversa técnica y formato (desde
los dibujos preparatorios hasta los grandes lienzos) realizadas en La Coruña, Málaga,
Barcelona, Madrid, Horta de Sant Joan, etc., muestran el proceso creativo y
de evolución artística de un creador que aprende de los grandes maestros del
pasado. Una humildad en lo creativo que muchas veces queda ensombrecida por su desbordante
personalidad. Pero además, unos orígenes academicistas que hunden sus raíces en
la pintura tradicional, en los convencionalismos de la pintura para los “salones
oficiales” de finales del siglo XIX y principios del XX; obras como “Ciencia y
caridad”, que sorprenden a aquellos visitantes que esperan encontrar al pintor
cubista de “Las señoritas de Avignon”.
Picasso, Pablo. Retrato de Benedetta Bianco, 1905, óleo sobre lienzo, Museo Picasso, Barcelona.
El recorrido museístico propuesto es cronológico.
Sin duda el discurso más lógico para poder apreciar el carácter pedagógico y
académico de la colección. El foco principal se centra en el período de 1890 a
1906, a penas dos décadas en las que alterna su formación con ejercicios de
introspección en los que se atisban rasgos de lo que será el Picasso que todos
conocemos. Su época azul (1901-1904) o la rosa (1905-1906), comienzan a
configurar un lenguaje propio y estilísticamente independiente de lo que hacían
sus coetáneos.
Conocida es su relación con Georges Braques, su
profunda admiración -y simultáneo recelo- hacia Matisse, o sus intensos amorios,
que marcarán gran parte de su carrera. Pero no todos saben que Manuel Azaña, en
el fatídico año de 1936, nombró director del Museo del Prado a Pablo Picasso “atendiendo
al mérito, servicios y circunstancia” del pintor, con un sueldo de “quince mil
pesetas” de la época; y es que la relación del malagueño con la pinacoteca viene
de lejos, en concreto de sus años de formación en la capital española. De tal
modo, cuando llegó a cierta edad, volvió su mirada a sus orígenes, a aquella
gran galería del Museo del Prado, donde tanto aprendió, pasando largas horas
escudriñando los grandes lienzos de Tiziano, Rubens, Goya y, sobretodo, de su
maestro Velázquez.
(izq.) Velázquez, Diego. Las Meninas, 1656, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado, Madrid.
(der.) Picasso, Pablo. Las Meninas (conjunto), 1957, óleo sobre lienzo, Museo Picasso, Barcelona.
A “Las Meninas”, obra cumbre del gran pintor del
siglo de oro español, dedico una serie en los años 50, de la que el museo
barcelonés posee 57 piezas. Lienzos en los que analiza y desgrana cada figura
desde su particular punto de vista. Lo mismo sucederá en esta época con “El
Greco”, otra de las obsesiones del pintor malagueño. Es una vuelta al pasado
sin resultar en una “vuelta al orden”, pues mantiene un lenguaje propio, huyendo
de la copia fidedigna ya que ahora no es
el joven aprendiz del pasado, sino un gran maestro que puede hablar de tú a tú
con los clásicos.
Para terminar, no dejar de mencionar que el museo
guarda una gran cantidad de fondos documentales, fruto de donaciones y
adquisiciones, que constituyen una fuente esencial para los trabajos de
investigación sobre la figura de Picasso; igualmente aprovecho para recomendar
la visita a uno de los barrios con más encanto de Barcelona y a esta institución
cultural imprescindible para cualquier amante del arte y del “postureo cultureta”.
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