sábado, 19 de julio de 2014

Dibujos de José de Madrazo en la Fundación Botín.



José de Madrazo, La muerte de Viriato, jefe de los lusitanos, 1807, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado, Madrid.

La sala de exposiciones de la Fundación Botín, situada en Santander, ha reunido un conjunto espectacular de obras de José de Madrazo, un pintor esencial para conocer el siglo XIX español. La muestra se enmarca dentro de proyecto de Investigación del Dibujo de los grandes maestros españoles iniciado por la Fundación en 2007.



José de Madrazo, retrato femenino, lápiz sobre papel avitelado, The Hispanic Society of America, Nueva York.

Para la ocasión se ha contado con la colaboración del Museo del Prado (que ha prestado 58 obras), de coleccionistas particulares, del Museo Nacional del Romanticismo de Madrid, del Palais des Beaux-Arts de Lille (Francia), la Staatliche Kunstsammlungen de Dresde (Alemania) y la Hispanic Society de Nueva York. Una exhibición destinada al gran público pero que hará las delicias de especialistas, coleccionistas y cualquier apasionado del dibujo.

José de Madrazo (1781-1859) es uno de los grandes maestros del neoclasicismo de nuestro país. Sin duda uno de los pintores más aclamados de su generación, amigo de las élites intelectuales del momento y patriarca de una saga de artistas que dominaron la casi totalidad del siglo XIX. 

Durante su formación madrileña dio muestras de su gran talento. Éste, unido a la ambición propia de un joven creador, hizo fijar su mirada en la Francia del momento, donde aprendió del neoclasicismo francés y lo adaptó al gusto español gracias a una pensión concedida por el mismísimo rey Carlos IV. Su maestro en Francia fue ni más ni menos que uno de los pintores más reconocidos de todos los tiempos: Jacques-Louis David (1748-1825). 

La muestra de la Fundación Botín se centra en la etapa romana de Madrazo, donde el dibujo se muestra como una herramienta fundamental para aprender de las maravillas de la ciudad eterna, para indagar en las formas anatómicas de la escultura clásica y tomar valiosas anotaciones de las ruinas romanas. Gracias a estos dibujos, obras íntimas no destinadas a ser vistas por el gran público, podemos atisbar pequeños trazos de la personalidad del artista; sus inquietudes intelectuales y estéticas así como la experimentación con nuevas técnicas y géneros que nunca llevó al lienzo, dan una idea de su clara identidad neoclásica.



José de Madrazo, Disputa de griegos y troyanos por el cuerpo de Patroclo, Museo Nacional del Prado, Madrid.

A su regreso de Roma, como pintor aclamado, inició su reforma del lenguaje clasicista (implantado por Mengs) desde su papel como profesor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, imponiendo su propia dictadura del gusto entre los monarcas, desde Carlos IV a Isabel II, y su corte. Sus retratos son una auténtica serie de hombres célebres de la época, pese a que por todos es conocido por sus magníficas pinturas de historia.

A través de las composiciones para sus cuadros de historia podemos deducir la influencia de su maestro, así como de las obras de Pussin o Flaxman. Madrazo realiza un análisis minucioso y detallado de cada una de las figuras, donde se aprecia claramente su estudio del desnudo humano y de la estatuaria clásica, la importancia que concedía al movimiento de los paños y a los fondos paisajísticos. Entre los dibujos preparatorios más bellos de su producción destacan los desnudos masculinos, concebidos como figuras heróicas destinadas a formar parte de las pinturas de historia que tanto prestigio le dieron.


José de Madrazo, Estudio de desnudo masculino tendido, de espaldas, caboncillo y clarión sobre papel verjuradopintado, Museo Nacional del Prado, Madrid.

La exposición también nos permite adentrarnos en la faceta menos conocida de Madrazo como paisajista. Una serie de vistas italianas, procedentes del Prado, furor realizadas durante su estancia en el país transalpino sin una finalidad aparente. Hermosas obras fruto de la experiencia de la naturaleza, de una mirada curiosa y la influencia de su amigo el pintor bávaro Christian Reinhart (1761-1847). Pese a que estos bocetos y apuntes llegan a captar la monumentalidad de ciudades como Roma, no se conoce a lo largo de la carrera de Madrazo ningún lienzo cuyo asunto principal sea el paisaje tratado como género autónomo.

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