miércoles, 23 de julio de 2014

Tiziano, La Gloria.



Tiziano, Vecellio di Gregorio, La Gloria, 1551-1554, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado, Madrid.

Es una de las obras más conocidas de Tiziano, firmada en un papel que sostiene San Juan Evangelista y que colgó en el Aula de Moral de El Escorial hasta su ingreso en el Museo del Prado en 1837. El pintor y el emperador mantenían una estrecha relación, como lo refleja el hecho de que Carlos V le nombrara caballero de la Espuela de Oro y Conde de Palatino por sus servicios como retratista y pintor de obras de temática religiosa. Todo ello es reflejo de una fructífera relación y admiración mutua que se prolongo durante más de 20 años.



Para la ocasión he querido incluir en este breve análisis algunos de los comentarios que Miguel Falomir (Jefe del departamento de pintura italiana y francesa (hasta 1700) del Museo del Prado) y Agustín González (Catedrático de filosofía) realizaron en su charla dentro del marco de la iniciativa "Otros ojos para ver el Prado". 

Nos encontramos ante una obra muy singular, encargada por el emperador Carlos V en Habsburgo en 1551 a su pintor favorito Tiziano, para que le acompañara en sus últimos días, en su descanso eterno. Es un lienzo que ha recibido distintos nombres, como La Trinidad, Juicio o, el más popular, La Gloria (a cuya difusión contribuyó el Padre Sigüenza, cronista de El Escorial en tiempos de Felipe II), aunque en realidad representa el Juicio de Carlos V, muestra las esperanzas que el emperador tiene puestas en el destino de su alma.


Iconograficamente es una creación de gran complejidad. Carlos V y su entorno proporcionaron a Tiziano instrucciones precisas de lo que tenía que plasmar en el lienzo. Carlos V aparece rodeado de sus familiares más cercanos, aunque con notorias ausencias, como la de su hermano, con quien se estaba disputando la sucesión imperial, y todos en presencia de la Santísima Trinidad (reafirmación del dogma), con San Juan Bautista y la Virgen como intercesores, es un reflejo del último libro de La Ciudad de Dios de San Agustín, de la visión de los bienaventurados en el cielo.


La obra puede recibir diferentes lecturas. En general podríamos decir que se trata de una plasmación visual de la ortodoxia trinitaria de los Habsburgo, adquiriendo un matiz devociones cuando Carlos V pidió contemplarla antes de morir. En definitiva, venía a representar una glorificación de la dinastía y una representación del césar como paladín de la pureza del dogma trinitario (R. Mulcahy). Como mencionábamos en el párrafo anterior, la fuente literaria es un pasaje de San Agustín que narra la visión celeste de los bienaventurados, aunque visualmente es posible que Tiziano se basara en obras de Alberto Durero o Lorenzo Lotto.


La realidad que aparece en la franja inferior, coexistiendo con el espacio superior que pertenece al ámbito de lo "imaginario", separa la obra en dos franjas o tiempos diferentes. Podemos hablar de un tiempo histórico que ocupa una parte mínima del cuadro, y un tiempo mítico o fuera de lo histórico donde tiene lugar este rompimiento de Gloria, el juicio particular del emperador. Esos pequeños peregrinos en gesto de sorpresa en la parte inferior son fedatarios de lo que acontece ante ellos, reaccionando con sorpresa e invitándonos a todo a participar en un hecho que podría ser "real". Es un tiempo al margen de la metafísica y de la religión. La obra es casi una fotografía de todo lo que podía concebir el sentido común de la época, para ellos era algo tan real como inconcebible para el hombre del siglo XXI.


En realidad se suele interpretar que la fuente no es tanto San Agustín como la interpretación que realiza Fray Luis de Granada en su guía de pecadores de la mencionada obra. Era el predicador imperial, y su influencia se nota en la inclusión de detalles como que tuvieran que ir vestidos en sudarios y ser presentados por un ángel. 

La Gloria es muy interesante también desde la óptica artística o estilística, pues a cada nivel de realidad y espacio corresponde un estilo diferente; desde un nivel más realista, con una pincelada más detallada, hasta las formas más diluidas y menos corpóreas que se acentúan a medida que se acercan al espacio de la divinidad. En cierto sentido se da forma a la idea agustiniana de que Dios es luz.

En los espacios sacros aparecen personajes históricos, como el propio Tiziano, escritores de la época e incluso embajadores. El juicio particular nos llega a todos como el Juicio Universal, no es exclusivo de la realiza, y ellos se ponen en la cola del emperador. Para ellos es de una realidad y una creencia absoluta. La Virgen es el único personaje en movimiento en el espacio sacro, aproximándose a la Trinidad maiestátca. 


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