Al abordar esta obra, por un lado
nos plantea cómo se articula un discurso específico a través de los medios
técnicos, y por el otro, cómo es percibido este mensaje por el público. El cine
como medio de expresión, y en ocasión de resignificación, de las heridas que
siguen abiertas por una guerra, en nuestro cine se ha tratado hasta la
saciedad.
Para estudiar el cine de David Wark Griffith (1875-1948) deberíamos
tener en cuenta la importancia del mundo del teatro popular; me refiero a
espectáculos como el melodrama, el vodevil, el music hall o la pantomima, en
los que ya se ponían de manifiesto las fusiones de escenas, la elipsis, los flashbacks, la alternancia de escenas
simultáneas o las estructura episódica.
De hecho el teatro es uno de los cimientos de la carrera de Griffith,
siendo el otro la literatura victoriana, explicitando en sus producciones la
influencia que en él causaron las novelas de Dickens. Novelas que tienen algo
de cinematográfico, donde los capítulos van alternando historias (anticipando
el montaje alterno o en paralelo que pone en práctica Griffith con especial
maestría) mediante el uso de recursos tan cinematográficos como las
remembranzas o los flashbacks, esenciales en el cine de Griffith.
Ya en 1915 Griffith alcanzó el cenit de un discurso
racial que presenta una identidad afroamericana construida y caricaturizada de
todas las maneras posibles, con un mensaje moralizante claro: los negros son
una amenaza real para la estabilidad de la sociedad americana aburguesada y
aria. El Nacimiento de una Nación (1915) se inspira en dos novelas de The Clansman y The Leopard´s
Spots de Thomas Dixon, un
reverendo esclavista que narra la historia de dos familias, una del sur y otra
del norte, los Stoneman en Pensilvania y los Cameron en Carolina del sur.
La película justifica aberraciones tales como la existencia del Ku Klux
Klan, causando una gran polémica (y éxito de taquilla) que llevó a Griffith,
con el dinero que ganó, a realizar su gran obra maestra Intolerancia (1916), que ha sido interpretada por algunos como su
redención de la anterior.
Guste o no el mensaje de Griffith,
no se puede negar lo abrumador de los recursos que despliega para justificarlo.
La sucesión de planos, el montaje en paralelo o los intertítulos nos hacen
olvidar la visión pretendidamente empírica del cine de los Lumiére o Edison
para adentrarnos en la ficción narrativa.
La vía abierta por Griffith y Edwing
S. Porter salvó al cine de su agotamiento, sistematizó el lenguaje
cinematográfico, pero creó cuestiones polémicas en cuanto a la percepción del
mensaje por su público. Acostumbrados a ver los distintos recursos utilizados
por Griffith en otras películas, nunca habían asistido a un espectáculo con tal
despliegue de medios de producción que apoyan un discurso coherente, machacante
y continuo casi desde los primeros intertitulos hasta la justificación del Ku
Kux Klan.
Todo adquiere un aire
grandilocuente que, o bien consigue empatizar con su audiencia o la espanta,
pero sin producir indiferencia. Es fruto de una doble condición del cine como
espectáculo de masas que crea opinión pública y como manifestación artística.
No sólo se construye una visión sesgada de una nación, sino todo un nuevo
lenguaje cinematográfico y artístico.
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