Daguerrotipo de
Washington Irving (copia moderna de Mathew Brady, original de John Plumbe).
Washington Irving es uno de los
escritores de finales del siglo XVIII y principios XIX, más populares de la
literatura universal. Editor, novelista y diplomático, seguramente le conoceréis
como el autor de La leyenda de Sleepy Hollow (el jinete sin cabeza).
Una de sus obsesiones vitales fue
dignificar la profesión de escritor y, en gran medida, lo consiguió. Es el
primer escritor que da a conocer literatura de Estados Unidos en el viejo
continente, como atestigua el hecho de ser admirado y seguido por europeos como
Dickens o Byron.
Los Cuentos de la Alhambra son una fuente literaria para la Historia
del Arte muy atractiva, diferente a los tratados pero fundamental para
contextualizar. Es un discurso literario, con connotación memorial y con un
claro protagonista: un edifico medieval.
El leitmotiv de la obra es un edificio medieval que se coloca como
escenario, pero contemporáneo a los elementos propios del Romanticismo del
siglo XIX como la evocación del orientalismo. Los grabados decimonónicos, en
ocasiones más miméticos, en otros con más licencias, contribuyen igualmente a la
evocación que en el XIX se hacia de toda la realidad medieval.
En la obra de Irving se habla de
realidades que han desaparecido, funciones de la edificación impensables hoy día.
En algunos fragmentos, como los célebres salones de la Alhambra, indica cómo
las estancias son usadas como recolectores de deshechos, unos usos que fueron
habituales, que nos sitúan en los términos de conservación de los edificios,
aspecto muy interesante al abordar la obra de este autor que no es un
tratadista (el problema surge cuando este tipo de fuentes se interpretan
literalmente, transformando en un tratado lo que era un texto literario).
Cuando se evoca y memoriza una
realidad, como en este caso, surge con fuerza el deseo de preservarla, algo que
no siempre ha sucedido. Preservemos las leyendas y sus magníficos escenarios,
las salas de la Alhambra, su conjunto, los habitantes y los recuerdos de los
moros en las estancias del palacio nazarí[1].
[1] Irving
utiliza la expresión moro y no árabe sin un sentido discriminatorio o racista.
Es una denominación corriente, vulgar, pero exacta sobre la población que habitó
esos espacios.
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