Como abulense que soy, tarde o temprano tenía que
hablar de la ciudad que me vio nacer, Ávila “de los caballeros”. Es por ello
que, aprovechando la celebración en este 2015 del V centenario del nacimiento
de Santa Teresa de Ávila, me adelanto a los festejos y exposiciones que se
celebrarán por doquier con esta entrada dedicada a una de las construcciones más
emblemáticas de la bella ciudad castellanoleonesa.
Templo y fortaleza, la historia de la Catedral de
Cristo Salvador corre paralela a la de Ávila. Una imponente obra cuya
construcción comenzó en el siglo XII, de manera simultánea a las murallas que
rodean la ciudad, y se remató en el XV; por lo tanto, el templo se inicia en el
románico, se empapa de las novedades del gótico y es finalizado en el
Renacimiento. Tres siglos de fábrica, pero nueve formando parte de la historia
y el arte de Ávila.
Iniciada en un románico de transición, es considerada
como la primera catedral gótica de nuestro país. Su planta en forma de cruz
latina, de clarísimo origen románico, destaca por su ábside con doble deambulatorio,
con arcos ojivales en el interior dando sensación de ligereza y, al exterior,
se presenta como parte de la muralla (es un cubo de la misma) con sus almenas
defensivas (es el famoso “Cimorro” de la catedral, visible al salir por la Puerta
de los Leales o del Peso de la Harina).
La fachada original de la catedral, conocida como
Puerta de los Apóstoles, es de estilo Gótico y data del siglo XIV. Fue trasladada a su ubicación actual, en el lado norte del edificio, en la segunda mitad del siglo XV por orden de Juan de Guas tras hacerse cargo de las obras del conjunto. Debido a
la estrechez del espacio, las esculturas debíeron adaptarse al
espacio angosto, de tal modo, dos de los apóstoles no se sitúan en sus jambas habituales, sino
que se encuentran ocupando el espacio del muro. De entre las figuras que componen
la fachada, destacan el Cristo Salvador, la escena de la Coronación de la Virgen
o las dedicadas a la Pasión. Es una pena comprobar cómo las
inclemencias del tiempo han afectado gravemente al estado de conservación de
las mismas.
En la fachada occidental, lo que llama la atención a los visitantes es la presencia de dos salvajes flanqueando la entrada. Son dos figuras de grn tamaño, que con una mano sujetan un escudo y con la otra lo que parece un garrote, y su cuerpo, cubierto de vello, hace referencia a la leyenda medieval de que andar desnudo durante cierto tiempo por la naturaleza, traía como consecuencia la locura, ademas de que el cuerpo se cubriera de una densa mata de pelo. En el siglo XV,
estas figuras en alusión al homo agreste
u homo sylvaticus hallaron gran
difusión en toda Europa como tenantes de escudos familiares. Se trata de una
asociación entre la fortaleza de estos seres con la genealogía familiar. Los salvajes son
fruto de una compleja mezcla entre la cultura popular y la tradición grecolatina y judeocristiana, convirtiéndose en figuras apotropaicas o
protectoras de determinadas casas de alto rango (igualmente podemos ver estas
figuras en el palacio de los Dávila)[1].
Detalle
central del sepulcro de Alonso Fernández de Madrigal, obra de Vasco de la
Zarza.
A destacar entre los tesoros que acoge el templo,
el magnífico sepulcro del teólogo del siglo XV Alonso de Madrigal (situado en
el trasaltar). Oriundo de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), fue consejero
de Juan II y obispo de Ávila (1449). La obra es un altorrelieve labor del
escultor renacentista español Vasco de la Zarza[2].
Gran entrada para este nuevo año. Enhorabuena y sigue así
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