lunes, 18 de noviembre de 2013

Pedro Berruguete (II). La Virgen de la leche.




La entrada de hoy está dedicada a la segunda parte de la conferencia del Prado sobre esta obra de Pedro Berruguete.


Como os comentaba en la última entrada, esta pieza es un depósito del Ayuntamiento de Madrid en el museo del Prado. La relación de intercambios artísticos entre ambas instituciones es bastante intensa, pues como nos indica el propio museo, tiene depositados 40 cuadros en el Museo de Historia de la ciudad, a los que se añaden 7 más como contraprestación por esta obra. Se trata de las siguientes: Mariana de Austria, obra anónima; Felipe V, rey de España de Hyacinthe Rigaud; el Príncipe Baltasar Carlos del taller de Velázquez; Bárbara de Braganza de un pintor anónimo; Carlos V y Felipe II de Antonio Arias Fernández; Bebedores sentados a una mesa en el Café de Levante, en Madrid y Caballeros conversando en el Café de Levante, en Madrid, ambas de Leonardo Alenza Nieto; además de La Virgen de Atocha de Juan Carreño de Miranda –importante obra de la pintura madrileña del siglo XVII desde el punto de vista iconográfico y artístico, pues Carreño fue el pintor con mayor prestigio en representar las Vírgenes de Atocha y Almudena–, que ocupará el lugar de la Virgen de la leche en el Museo de San Isidro. Obras que comparten una especial vinculación con la historia de Madrid.

Volviendo a la obra de Berruguete, decir que se trata de una pieza que apareció entre tablones y trastos viejos en los depósitos del Ayuntamiento de Madrid alrededor de los años 50 del siglo pasado, siendo Manuel Gómez Moreno el primero que apuntó a su procedencia: el Hospital de la Latina, cuyos fondos pasaron al ayuntamento en el año 1889.


El Hospital estaba unido al convento de la Concepción, fundado por Beatríz Galindo (La latina) junto a su marido, Francisco Ramirez (El artillero), ambos miembros de la baja nobleza pero muy queridos y protegidos por los Reyes Católicos. La fachada de este convento ha sido conservada y situada en el campus de Ciudad universitaria sobre una falsa fachada de ladrillo obra de Chueca Goitia. Todavía se conservan detalles originales como la representación del abrazo ante la puerta dorada, símbolo de la concepción inmaculada de la Virgen.

En el año de 1501 Francisco Ramírez muere y ordena la construcción del Hospital en su testamento al arquitecto Hassan "El moro", de ahí la presencia de formas islámicas y mudéjares en los interiores (son detalles arquitectónicos muy habituales en los espacios isabelinos), como vemos en el alfarje de la cubierta del pórtico, en una rueda de lazo que termina en una estrella. Beatriz Galindo como miembro de la corte, viajó a lo largo del territorio castellano acompañando a la reina, pues era una corte itinerante. Ello le dio la oportunidad de apreciar el arte islámico, que se refleja en esta obra no sólo como un detalle preciosista, sino en asociación con Jerusalén, pues la estrella simboliza la casa de David, a la que pertenece la Virgen María.

No hay documentos claros de la época al respecto debido a la carencia de obligación de realizarlos entre la baja nobleza, a parte del hecho de que los pocos existentes se han perdido (a veces porque incluso eran utilizados para calentar las estancias en épocas de necesidad). Se sabe que formaba parte de un tríptico pero las pinturas laterales se han perdido. Aún así, en el inventario de 1895 del Hospital se menciona la existencia en la galería del rector de un tríptico de la Virgen amamantando al Señor. Además es una obra que se ajusta a los gustos de Beatriz Galindo, mujer de gran inteligencia y talento que llegó a ser preceptora de latín de la reina Isabel de Castilla.

Berruguete realiza un alarde de su dominio de la luz y la técnica en esta obra. Entre sus modelos, aunque con muchas variaciones, se encuentra la pintura flamenca. La Virgen coronada como reina de los cielos en una galería abierta es parecida a la Madonna de Roger van der Weyden que se conserva en el Museo Thyssen de Madrid. Se trata de un pórtico gótico cuya simbología alude a la Nueva Ley que aparece en la hornacina y el trono de la Virgen (formado por un doble basamento sobre el que descansan las columnas jaspeadas de capiteles pseudocorintios) en oposición a la Antigua Ley, reflejada a través de las formas románicas italianizantes de los arcos del lado de la galería que se abre al paisaje.

Todo en esta obra adquiere un significado especial, nada está hecho al azar o por capricho. En piezas como esta, destinadas a una devoción privada, Berruguete muestra un detallismo cercano a su admirado van Eyck. El color rojo de la vestimenta de la Virgen, los cabujones rojos en el frente del trono, las grisallas que representan a Adán y Eva (pecado original), el escudo de la Cruz de Cristo Redentor en lo alto  de la composición (justo bajo la clave del arco en primer plano), rodeado por cardos con espinas (alusivos a la corona de Cristo) forman un conjunto simbólico de clara alusión a la Pasión de Cristo. Este significado se ve reforzado con la actitud del niño, que rechaza el seno que su madre le ofrece y su mirada al espectador con aire pensativo, casi melancólico, un gesto paralelo al mostrado por la Virgen, pues ambos son conscientes desde el primer momento de su destino.


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