El Greco, El caballero de la mano en el pecho, 1578-80, Museo Nacional del Prado, Madrid.
Lo bello es siempre extravagante. No quiero decir que sea voluntaria, fríamente extravagante, porque en tal caso sería un monstruo que desborda los raíles de la vida. Digo que tiene siempre un punto de sorpresa que lo convierte en algo especial. (Charles Baudelaire, Mon coeur mis à nu (Mi corazón al desnudo): Pléiade, pág 1213.)
Este año que acaba de comenzar celebramos el 400 aniversario del fallecimiento de Doménikos Theotokópoulos, en griego Δομήνικος Θεοτοκόπουλος, El Greco (Candía, 1541 – Toledo, 1614). Para aquellos que no conozcan demasiado su vida y obra, dedicaré este primer post del 2014 a trazar brevemente su extensa biografía.
El Greco, La Adoración de los Reyes Magos, 1560-1565, Museo Benaki, Atenas.
El Greco es originario de Grecia.
En concreto, nació en la actual capital de la isla de Creta, Heraklión, que en
el año 1541 se denominaba Candía y era parte de la República de Venecia. Sus inicios en el arte son
inciertos. Seguramente pasó por los talleres de iconos existentes en su Creta
natal, formándose tanto en el estilo bizantino (“alla greca”) como en el
influenciado por el renacimiento italiano (“alla latina”). El Greco era un
artista ambicioso, y como tal su isla se le quedaba pequeña. Es probable que el
siguiente paso fuera Venecia, capital de la República y centro artístico
europeo de primer nivel donde podría entrar en contacto con artistas como
Tiziano, Tintoretto, Veronés o los Bassano.
El siguiente paso lógico en su
carrera era trasladarse a Roma. En esta ciudad, gracias a la amistad trabada
con el miniaturista Giulio Clovio, consigue el mecenazgo del cardenal Alejandro
Farnesio. De esta manera comienza una nueva etapa en su formación que amplía
gracias a su acceso a la biblioteca del cardenal y a todo el entorno
intelectual que le rodeaba.
En Roma seguramente entabló
contacto con el español Luis de Castilla, hijo del deán de la catedral de
Toledo y un amigo de por vida del artista griego, que le hará plantearse su
traslado a España en busca de mayores oportunidades, ya que en el competitivo
mercado artístico romano apenas pudo destacar. En aquellos momentos, la corte
de Felipe II era un destino atractivo para un pintor ambicioso como El Greco.
Tanto la decoración del Monasterio de El Escorial como la ingente cantidad de
encargos que recibiría en Toledo eran motivos de peso para plantearse el
traslado a nuestro país.
El Greco, San Mauricio y la legión tebana, 1580-1582, Monasterio de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial, Madrid.
En 1577 da el paso y se traslada
a España. Tras un breve período en la corte madrileña, se marcha a Toledo donde
recibió su primer encargo de importancia: el Expolio de Cristo para el sagrario
de la Catedral de Toledo, en el cuál se custodiaba un trozo de las ropas que
Cristo vestía el día de su muerte. En su mente seguía la obsesión por alcanzar
la gloria como pintor de corte, pero ni su Alegoría de la Liga Santa ni El martirio de San Mauricio fueron del gusto del monarca.
Aquello que podría haber sido un
mazazo definitivo para su carrera, le sirvió para aprovechar la vía que se le
abría en Toledo. Allí triunfaría durante toda su vida, es donde realizó sus
proyectos más ambiciosos y contó a lo largo de su carrera con la mistad y
protección de los hombres más notables de la ciudad. La estela que dejaría en la antigua capital imperial gracias
a su importante taller sería seguida por sus alumnos más aventajados: Luis
Tristan y Pedro de Orrente.
El Greco, El entierro del Señor de Orgaz, 1586-1588, Iglesia de Santo Tomé, Toledo.
El Greco gozó de una vida llena de
privilegios en Toledo. Pese al elevado coste que alcanzaban sus pinturas,
precios que le llevaron a más de un litigio (como fue el caso de El Expolio de Cristo, El entierro del Señor de Orgaz o los trabajos para el retablo del
Hospital de la Caridad), era igualmente conocido por gastar a manos llenas.
Como hombre apasionado e iracundo
que era, El Greco tenía un personalísimo
estilo que, pese a lo que algunos historiadores defienden, no se debía a ningún
defecto visual. Es indudable la influencia de los venecianos en su pintura. Se
hace especialmente presente el estilo de Tintoretto en el uso de la luz y la
exploración de nuevos territorios artísticos del artista griego, pero lleva a
un nivel superior esta investigación en cuanto a las formas, los colores
alejados de la realidad y las composiciones aparentemente desequilibradas. Todo
ello da lugar a obras arrebatadas por un dramatismo místico efervescente que
resulta terriblemente moderno.
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