jueves, 12 de diciembre de 2013

150 aniversario del nacimiento de Edvard Munch (1863-1944)


Edvard Munch, El grito, 1893, Galería Nacional Oslo, Noruega.

Una amiga y lectora de este blog me recordó hace poco que tal día como hoy, hace 150 años, nacía en la localidad noruega de Løten el universalmente conocido artista expresionista Edvard Munch. Como pequeño homenaje, me gustaría compartir con todos vosotros su apasionante biografía.



Al comienzo de su vida tuvo que afrontar años difíciles marcados por la temprana muerte por tuberculosis de su madre y su hermana favorita Sophie. Por si fuera poco, la férrea y obsesiva personalidad religiosa del padre dio como resultado un Munch de una profunda turbación psíquica. Fruto de todo ello, la obra de Munch se torna en una búsqueda constante en lo más profundo de su alma, un alarde expresionista que impacto a los artistas de finales del XIX. La pincelada ancha, de colores vibrantes, de formas curvilíneas, junto con composiciones inquietantes pero esquemáticas, en las que priman los asuntos de expresiva sensibilidad, serán las señas de identidad de su carrera artística. 

A la temprana edad de 17 años, un tímido Munch decidió cambiar la escuela técnica en la que se encontraba matriculado por la pasión que sentía por la pintura. En la biblioteca de la universidad se sumergió en la historia del arte, realizó su propio caballete y comenzó a pintar sus primeros paisajes y vistas arquitectónicas. Son obras en las que refleja los paisajes urbanos del barrio obrero de Christiana (Oslo) en el que residía. Seguía casi al pie de la letra los dictados de naturalismo promulgados por el pintor (y pariente de Munch) Frits Thaulow.


 Edvard Munch, Paisaje costero, 1880, Museo Thyssen-Bornesmiza, Madrid.

Como consecuencia de una experiencia vital marcada por la muerte, la enfermedad y de la desdicha, el rumbo que tomaron las obras de estos años (y podría decirse que durante toda la carrera de artista) iba destinado a expresar al mundo sus sentimientos más intimos. Valga como ejemplo la maravillosa obra La niña enferma, cuya primera versión data de 1885-86 y que llegó a abordar hasta seis veces a lo largo de su vida, a intervalos de unos 10 años. Era una manera de enfrentarse a los recuerdos obsesivos que le atormentaban periódicamente.



Edvard Munch, La niña enferma, versión de 1907, Tate Gallery, Londres.

A finales del siglo XIX sentía que Oslo se quedaba pequeño para satisfacer la necesidad de mejorar su técnica y realizar obras más ambiciosas. Es por ello que fija la mirada en París, centro artístico del momento, donde conocerá a Gauguin, la obra de Van Gogh y del inspirador pintor simbolista Odilon Redon, gracias a la ayuda de una beca estatal y del mencionado pintor Thaulow. A partir de entonces la vida de Munch será un continuo viaje entre París, Berlín y su Noruega natal.


 Edvard Munch, Atardecer, 1888, Museo Thyssen-Bornesmiza, Madrid.

En 1889, realizó una primera exposición en solitario en Oslo, ciudad dominada por una burguesía conservadora que no siempre aceptaba de buen grado las nuevas ideas, pero que supo ver en Munch a un joven artista al que valía la pena seguir y apoyar. A finales de ese mismo año, durante un viaje a París, recibe una noticia que causaría un fuerte impacto psicológico en el artista: la muerte de su padre. Munch se sintió culpable por la incomprensión que le mostró desde pequeño , sumiéndose en la soledad y una depresión cuyos problemas con el alcoholismo no hacían más que acrecentar.

En 1891 inicia una serie de lienzos bajo el título de El Friso de la Vida, pinturas en las que pretendía captar las fases por las que pasa un ser humano durante su vida, que al mismo tiempo servía de catalizador para sus experiencias personales y para poder expresar nuevas vías artísticas.

Su estado anímico no impidió una fructífera carrera. Incluso podría decirse que, junto con los artistas franceses y Van Gogh, es el padre del expresionismo alemán. No hay más que recordar la exposición organizada en Berlín en 1892 en la que participaba con 50 obras. La crítica se enfureció ante la provocación que suponía la pintura de Munch y ordenó que se retirara de la muestra. Fue entonces cuando los jóvenes artistas berlineses que asistían a la exhibición se aliaron en defensa de Munch dando el pistoletazo de salida a la fundación de la Secesión berlinesa. A partir de ese momento, Alemania se convirtió en la segunda patria de Munch. El círculo intelectual y artístico de Berlín le dió la bienvenida, entró a formar parte de  las tertulias artísticas berlinesas del "cohinillo negro" y en 1893 realiza su obra maestra, por la cual es mundialmente conocido: El grito
El grito es una alarido desgarrado de dolor que deforma las facciones del protagonista, reducidas a unas pocas líneas ondulantes sobre un paisaje delirante. Para Mario de Micheli (las vanguardias artísticas del siglo XX, 1979, p. 45) Munch siente el grito de la naturaleza, incontenible e imposible de obviar, trasladado con maestría al lienzo en la expresión más simple y esquemática de dibujo, color y composición.

Como apunta el historiador Ernst Gombrich (Historia del Arte, 1950, p. 564), Munch es de los primeros en explorar en esta obra las posibilidades expresionistas de la caricatura (que ya fueron abordadas por Vincent Van Gogh), jugando con la semejanza con el retratado y con lo que el artista piensa de su "víctima". El hecho de que un caricaturista retrate la fealdad de personaje se considera parte de la diversión, pero que un artista considerado "serio" como Munch trastoque la realidad huyendo de la idealización y de la belleza, resultaba en una ofensa. Pero, como dice Gombrich, un grito de angustia no es bello.

Desde comienzos del siglo XX Munch disfrutó de reconocimiento público y del elogio de crítica y público, tanto en su país natal como en el resto de Europa, recibiendo numerosos homenajes y siendo objeto de la admiración de artistas contemporáneos y venideros. A pesar del dulce momento que viviría desde entonces su carrera profesional, sus demonios personales le acompañarían hasta el final de sus días en una lucha incansable contra las enfermedades que afectaban a una más que delicada salud, los terribles recuerdos de juventud, y un alcoholismo nunca resuelto.

Creadores como Munch nos recuerdan la necesidad de un arte desprovisto de falsedad y apariencia idealizada que refleje aquellos aspectos menos amables de nuestra existencia tales como la angustia, la pobreza, el sufrimiento o las pasiones de todo tipo. Con ello no quiero decir que los artistas clásicos sean hipócritas al apostar por la armonía y la belleza, sino que quiero mostrar mi admiración ante su valentía al abrir nuevos caminos en los que expresa su empatía y solidaridad con los desdichados.

3 comentarios:

  1. Si hubieras coincidido con Munch en el tiempo, este se hubíera sentido comprendido por ti. Una vez más me quito el sombrero ante ti.

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  3. Que tal?
    Solicito su autorización para utilizar su imagen de "El grito" para ilustrar un documento académico de la Facultad de Ciencias de la Conducta de la Universidad Autónoma de Estado de México. El documento son unas memorias que se realizan como producto final de un Foro de Prevención del Suicidio realizado en el mes de septiembre del año en curso.
    Saludos

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