jueves, 2 de enero de 2014

2014: el año de El Greco


El Greco, El caballero de la mano en el pecho, 1578-80, Museo Nacional del Prado, Madrid.

Lo bello es siempre extravagante. No quiero decir que sea voluntaria, fríamente extravagante, porque en tal caso sería un monstruo que desborda los raíles de la vida. Digo que tiene siempre un punto de sorpresa que lo convierte en algo especial. (Charles Baudelaire, Mon coeur mis à nu (Mi corazón al desnudo): Pléiade, pág 1213.)



Este año que acaba de comenzar celebramos el 400 aniversario del fallecimiento de Doménikos Theotokópoulos, en griego Δομήνικος Θεοτοκόπουλος,  El Greco (Candía, 1541 – Toledo, 1614). Para aquellos que no conozcan demasiado su vida y obra, dedicaré este primer post del 2014 a trazar brevemente su extensa biografía.



El Greco, La Adoración de los Reyes Magos, 1560-1565, Museo Benaki, Atenas.

El Greco es originario de Grecia. En concreto, nació en la actual capital de la isla de Creta, Heraklión, que en el año 1541 se denominaba Candía y era parte de la República de Venecia. Sus inicios en el arte son inciertos. Seguramente pasó por los talleres de iconos existentes en su Creta natal, formándose tanto en el estilo bizantino (“alla greca”) como en el influenciado por el renacimiento italiano (“alla latina”). El Greco era un artista ambicioso, y como tal su isla se le quedaba pequeña. Es probable que el siguiente paso fuera Venecia, capital de la República y centro artístico europeo de primer nivel donde podría entrar en contacto con artistas como Tiziano, Tintoretto, Veronés o los Bassano.


El Greco, Retrato de Giulio Clovio, hacia 1570, Museo Nazionale di Capodimonte, Nápoles.

El siguiente paso lógico en su carrera era trasladarse a Roma. En esta ciudad, gracias a la amistad trabada con el miniaturista Giulio Clovio, consigue el mecenazgo del cardenal Alejandro Farnesio. De esta manera comienza una nueva etapa en su formación que amplía gracias a su acceso a la biblioteca del cardenal y a todo el entorno intelectual que le rodeaba.

En Roma seguramente entabló contacto con el español Luis de Castilla, hijo del deán de la catedral de Toledo y un amigo de por vida del artista griego, que le hará plantearse su traslado a España en busca de mayores oportunidades, ya que en el competitivo mercado artístico romano apenas pudo destacar. En aquellos momentos, la corte de Felipe II era un destino atractivo para un pintor ambicioso como El Greco. Tanto la decoración del Monasterio de El Escorial como la ingente cantidad de encargos que recibiría en Toledo eran motivos de peso para plantearse el traslado a nuestro país.

El Greco, San Mauricio y la legión tebana, 1580-1582, Monasterio de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial, Madrid.

En 1577 da el paso y se traslada a España. Tras un breve período en la corte madrileña, se marcha a Toledo donde recibió su primer encargo de importancia: el Expolio de Cristo para el sagrario de la Catedral de Toledo, en el cuál se custodiaba un trozo de las ropas que Cristo vestía el día de su muerte. En su mente seguía la obsesión por alcanzar la gloria como pintor de corte, pero ni su Alegoría de la Liga Santa ni El martirio de San Mauricio fueron del gusto del monarca.

Aquello que podría haber sido un mazazo definitivo para su carrera, le sirvió para aprovechar la vía que se le abría en Toledo. Allí triunfaría durante toda su vida, es donde realizó sus proyectos más ambiciosos y contó a lo largo de su carrera con la mistad y protección de los hombres más notables de la ciudad. La estela que dejaría en la antigua capital imperial gracias a su importante taller sería seguida por sus alumnos más aventajados: Luis Tristan y Pedro de Orrente.


El Greco, El entierro del Señor de Orgaz, 1586-1588, Iglesia de Santo Tomé, Toledo.

El Greco gozó de una vida llena de privilegios en Toledo. Pese al elevado coste que alcanzaban sus pinturas, precios que le llevaron a más de un litigio (como fue el caso de El Expolio de Cristo, El entierro del Señor de Orgaz o  los trabajos para el retablo del Hospital de la Caridad), era igualmente conocido por gastar a manos llenas.

Como hombre apasionado e iracundo que era, El Greco tenía un personalísimo estilo que, pese a lo que algunos historiadores defienden, no se debía a ningún defecto visual. Es indudable la influencia de los venecianos en su pintura. Se hace especialmente presente el estilo de Tintoretto en el uso de la luz y la exploración de nuevos territorios artísticos del artista griego, pero lleva a un nivel superior esta investigación en cuanto a las formas, los colores alejados de la realidad y las composiciones aparentemente desequilibradas. Todo ello da lugar a obras arrebatadas por un dramatismo místico efervescente que resulta terriblemente moderno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario