Esta obra se
trata de una escultura en madera policromada de un joven desnudo casi en su
totalidad, a excepción de un paño en la entrepierna, apoyado sobre un tronco de
árbol dorado. Su pierna izquierda se encuentra flexionada sobre el tronco,
mientras la derecha, sin apoyo, se estira levemente en el aire. Los brazos se
encuentran tras la cabeza, encogidos y desproporcionados en con respecto al resto del cuerpo. La figura, asimétrica, dibuja una línea
serpenteante en la que llama la atención las cinco heridas circulares a lo
largo de torso, brazos y piernas de las que brota la sangre. Es por ello que el
gesto del rostro, entre cansado y arrebatado, parece indicarnos un momento
cercano a una muerte violenta.
A pesar de la
falta de las flechas causantes de las heridas, la presencia de los orificios
nos permite situar la escultura dentro del asunto del asaetamiento de San
Sebastián. En concreto el momento posterior, cuando retiran las flechas del
cuerpo y antes de ser curado por Irene[1].
Al comparar esta imagen con la leyenda del santo, se observan notables
diferencias, como el por qué de la falta de indumentaria o la disparidad en el
número de flechas que atravesaron su cuerpo.
Tradicionalmente
se representó a San Sebastián vestido a la antigua según la moda romana pero, a
partir del siglo XV, su martirio se convierte en excusa para la glorificación
de la belleza del cuerpo desnudo. Las influencias italianas renacentistas hacen
que San Sebastián deje de representarse vestido (como era propio de la
tradición puritana española[2]),
apareciendo como un nuevo Apolo desnudo, efebo e imberbe, que ni tan siquiera
conserva las calzas. Su postura de pie junto al tronco de un árbol sin ramas
(como en la obra de Pollaiuolo), es influencia de la iconografía de Cristo atado a la columna, o La flagelación de Cristo. Un paralelismo
con Cristo que se remonta a la Edad Media, cuando su representación con cinco
heridas, como en este caso (contradictorio con
la leyenda de San Ambrosio[3]),
se relacionaba con las cinco yagas de Cristo y el tronco del árbol con la cruz[4].
La imagen
forma parte del retablo mayor de de San Benito el Real (1526-1532), comunidad
benedictina de Valladolid, en concreto era parte del santoral situado en el
segundo cuerpo. El encargo realizado a Alonso Berruguete (1489-1561) tras su
estancia en Italia, justifica las influencias clásicas, tanto en las esculturas
como en la propia arquitectura del retablo, con la de otros artistas europeos,
fundamentalmente los italianos que conoció en Roma, que mezcla con un cierto
dramatismo medieval en su obra.
Tras los
procesos de desamortización, el retablo sufrió un despiece al abandonar su
emplazamiento original.[5]
El montaje expositivo del Museo Nacional de Escultura, situado en el Colegio de San Gregorio, permite
observar como bulto redondo unas piezas concebidas para situarse en altura y
observarse desde la distancia. La teatralidad cristiana cobra un significado
especial en este museo, pues en pocas ocasiones tenemos la oportunidad de poder
apreciar al detalle, en un entorno “museable”,
obras concebidas para espacios tan dispares.
[1] Realmente su
muerte se produce a palos en el circo y su cadáver fue arrojado a la cloaca
Máxima romana en tiempos de Diocleciano.
[2]
Réau, Louis. Iconografía del arte
cristiano. Iconografía de los santos de la P a la Z - Repertorios. Ediciones
del Serbal, Barcelona, 1998., p. 196.
[3] Según
Louis Réau, San Ambrosio afirmaba que lo asaetaron “hasta el punto de parecerse
a un erizo (ut quasi hericlus videretur)”. Ibidem, p. 193.
[5]
Arias Martinez, Manuel. “Retablo mayor de San Benito el Real” en VV.AA. Museo Nacional Colegio de San Gregorio. La
colección. Ministerio de Cultura, 2010., pp. 108-115.
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