lunes, 3 de noviembre de 2014

San Sebastián de Alonso Berruguete. Museo Nacional de Escultura deValladolid




Esta obra se trata de una escultura en madera policromada de un joven desnudo casi en su totalidad, a excepción de un paño en la entrepierna, apoyado sobre un tronco de árbol dorado. Su pierna izquierda se encuentra flexionada sobre el tronco, mientras la derecha, sin apoyo, se estira levemente en el aire. Los brazos se encuentran tras la cabeza, encogidos y desproporcionados en  con respecto al resto del cuerpo.  La figura, asimétrica, dibuja una línea serpenteante en la que llama la atención las cinco heridas circulares a lo largo de torso, brazos y piernas de las que brota la sangre. Es por ello que el gesto del rostro, entre cansado y arrebatado, parece indicarnos un momento cercano a una muerte violenta.



A pesar de la falta de las flechas causantes de las heridas, la presencia de los orificios nos permite situar la escultura dentro del asunto del asaetamiento de San Sebastián. En concreto el momento posterior, cuando retiran las flechas del cuerpo y antes de ser curado por Irene[1]. Al comparar esta imagen con la leyenda del santo, se observan notables diferencias, como el por qué de la falta de indumentaria o la disparidad en el número de flechas que atravesaron su cuerpo.

Tradicionalmente se representó a San Sebastián vestido a la antigua según la moda romana pero, a partir del siglo XV, su martirio se convierte en excusa para la glorificación de la belleza del cuerpo desnudo. Las influencias italianas renacentistas hacen que San Sebastián deje de representarse vestido (como era propio de la tradición puritana española[2]), apareciendo como un nuevo Apolo desnudo, efebo e imberbe, que ni tan siquiera conserva las calzas. Su postura de pie junto al tronco de un árbol sin ramas (como en la obra de Pollaiuolo), es influencia de la iconografía de Cristo atado a la columna, o La flagelación de Cristo. Un paralelismo con Cristo que se remonta a la Edad Media, cuando su representación con cinco heridas, como en este caso (contradictorio con  la leyenda de San Ambrosio[3]), se relacionaba con las cinco yagas de Cristo y el tronco del árbol  con la cruz[4].

La imagen forma parte del retablo mayor de de San Benito el Real (1526-1532), comunidad benedictina de Valladolid, en concreto era parte del santoral situado en el segundo cuerpo. El encargo realizado a Alonso Berruguete (1489-1561) tras su estancia en Italia, justifica las influencias clásicas, tanto en las esculturas como en la propia arquitectura del retablo, con la de otros artistas europeos, fundamentalmente los italianos que conoció en Roma, que mezcla con un cierto dramatismo medieval en su obra. 

Tras los procesos de desamortización, el retablo sufrió un despiece al abandonar su emplazamiento original.[5] El montaje expositivo del Museo Nacional de Escultura, situado en el Colegio de San Gregorio, permite observar como bulto redondo unas piezas concebidas para situarse en altura y observarse desde la distancia. La teatralidad cristiana cobra un significado especial en este museo, pues en pocas ocasiones tenemos la oportunidad de poder apreciar al detalle, en un entorno “museable”,  obras concebidas para espacios tan dispares.


[1] Realmente su muerte se produce a palos en el circo y su cadáver fue arrojado a la cloaca Máxima romana en tiempos de Diocleciano.
[2] Réau, Louis. Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos de la P a la Z - Repertorios. Ediciones del Serbal, Barcelona, 1998., p. 196.
[3] Según Louis Réau, San Ambrosio afirmaba que lo asaetaron “hasta el punto de parecerse a un erizo (ut quasi hericlus videretur)”. Ibidem, p. 193.
[4] Ibidem, pp. 194-195.
[5] Arias Martinez, Manuel. “Retablo mayor de San Benito el Real” en VV.AA. Museo Nacional Colegio de San Gregorio. La colección. Ministerio de Cultura, 2010., pp. 108-115.

1 comentario: