Velázquez, Diego, Vieja friendo huevos, 1618, óleo sobre lienzo, National Gallery of Edinburgh.
Con motivo de la presentación en sociedad de La Educación de la Virgen hace unas semanas, obra temprana de Velázquez recientemente descubierta al mundo por su poseedor, la Yale University, vamos a realizar un breve repaso por la etapa sevillana de uno de los grandes genios de la pintura occidental, y artista recurrente de este blog.
De todos es sabido que Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660) nació en la capital andaluza y se formó en dicha ciudad bajo la protección de su suegro, pintor, tratadista y veedor de la inquisición, Francisco Pacheco. Fueron los primeros 24 años de su vida, hasta su traslado a Madrid en 1623, en los que Velázquez absorvió las numerosas influencias pictóricas que llegaban por aquel entonces a la bulliciosa Sevilla, siendo profundamente marcado por el naturalismo de Caravaggio y Ribera.
Curiosamente, la mayoría de obras que realizó para la corte se encuentran cobijadas en el madrileño Museo del Prado, pero la diáspora de cuadros de la etapa sevillana es notable. Desde Edimburgo hasta San Petersburgo, pasando por Budapest, Londres, Boston o New Haven, la presencia de estas obras ha permitido la revalorización internacional y un mayor conocimiento de la figura de Velázquez, sobretodo desde finales del siglo XIX.
Dos son las fuentes principales que nos permiten conocer un poco más sobre esta primera etapa, bueno, mejor dicho, dos son los biógrafos de los que se han obtenido la mayoría de datos: el mencionado Francisco Pacheco y el pintor y teórico Antonio Palomino (cuya primera biografía completa sobre Velázquez fue publicada en 1724).
Velázquez entró como aprendiz en el taller de Pacheco con a penas doce años, quien se encargó de su formación tanto personal como artística, hasta tal punto que le casó con su hija, con la que tuvo dos hijas nacidas en Sevilla. De su aprendizaje destaca su formación pintando al natural y el dibujo. En sus retratos es contínua la presencia de modelos propios de clases sociales bajas, campesinos, o niños que posaban frecuentemente para él, como se puede comprobar en la similitud de rostros, que repite en varias obras de su período sevillano. Pacheco elogia sobretodo la habilidad de su yerno con los bodegones, por aquel entonces considerado un género menor, pero en los que Velázquez demostró un talento y maestría en el dominio de los pinceles como pocos hasta entonces.
(izq.)Velázquez, Diego, La Adoración de los Magos, 1619, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado, Madrid.
(der.) Velázquez, Diego, Inmaculada Concepción, 1618, óleo sobre lienzo, National Gallery, Londres.
Es indudable que la influencia intelectual de su maestro se deja notar en sus obras religiosas como La Inmaculada Concepción, reflejo de la devoción mariana que aglutinaba a todas las clases sociales del XVII en torno a la defensa de uns creencias comunes. En otras composiciones como La Adoración de los Magos, nuevamente aparece la síntesis entre lo religioso y lo cotidiano; en este caso en el aspecto de los personajes, muchos de los cuales coinciden con los retratos conocidos de familiares directos del pintor: Pacheco sería el rey de mayor edad, Velázquez se autorretrato como el rey joven, la Virgen podría ser su mujer y el niño su hija recien nacida; de tal modo convierte una escena religiosa en un retrato de familia.
Antonio Palomino, pintor y tratadista, menciona a Velázquez es su conocida obra El museo pictórico y la escala óptica (Madrid, 1715-1724). La biografía de Palomino, aunque publicada en 1724, se basa en unas anotaciones biográficas de un discípulo del pintor, Juan de Alfaro. Palomino comienza exaltando la nobleza de los ascendentes del pintor, su virtud y temprana educación en las ciencias y las letras, cosa no del todo cierta pues su procedencia es más bien humilde y, como mencionamos anteriormente, entró a formarse con 12 años en el taller de Pacheco. Narra su paso por el taller de Francisco Herrera (dato no comprobado) antes de ingresar a las órdenes de Pacheco, donde pronto destacó entre sus discípulos como el más aventajado en el arte de imitar a la naturaleza. Sus retratos, según nos cuenta Palomino, estaban dotados del movimiento propio de las figuras reales, influenciado por Caravaggio y El Greco. Sin duda el texto de Palomino es claramente laudatorio, destacando tanto la vida personal como la faceta profesional del sevillano sin escatimar en elogios (y datos intencionadamente erróneos).
Velázquez tenía una notable destreza con los pinceles en su época sevillana. Tanto es así, que con sólo dieciocho o diezcinueve años realiza una de sus obras maestras en la que representa a una ancina en un acto tan cotidiano en la sevilla de su tiempo (y en la España de siempre) como es freir un huevo: Vieja friendo huevos, fechada en 1618 (obra con la que comenzaba este post). La variedad de utensílios domésticos -a modo de muestrario del Siglo de Oro-, así como el huevo en el aceite y las diferentes texturas y materiales, resultan en un alarde del dominio de lo pictórico que ya poseía un jovencísimo Velázquez.
Velázquez, Diego, Cristo en casa de Marta y María, 1618, óleo sobre lienzo, National Gallery, Londres.
En Cristo en casa de Marta y Maria, Velázquez traslada la escena principal a un plano secundario, solamente visible a través de un vano abierto en la pared. El asunto es tomado del Nuevo Testamento (Lucas 10), donde se narra la visita de Cristo y la queja de Marta por verse cargada de trabajo mientras María escucha la palabra del Salvador. Se piensa que la escena en primer plano representa a las dos mujeres en sus tareas cotidianas tras la visita. De nuevo Velázquez hace un alarde de su buen hacer en la representación de la naturaleza muerta.
Velázquez tenía una notable destreza con los pinceles en su época sevillana. Tanto es así, que con sólo dieciocho o diezcinueve años realiza una de sus obras maestras en la que representa a una ancina en un acto tan cotidiano en la sevilla de su tiempo (y en la España de siempre) como es freir un huevo: Vieja friendo huevos, fechada en 1618 (obra con la que comenzaba este post). La variedad de utensílios domésticos -a modo de muestrario del Siglo de Oro-, así como el huevo en el aceite y las diferentes texturas y materiales, resultan en un alarde del dominio de lo pictórico que ya poseía un jovencísimo Velázquez.
Velázquez, Diego, Cristo en casa de Marta y María, 1618, óleo sobre lienzo, National Gallery, Londres.
En Cristo en casa de Marta y Maria, Velázquez traslada la escena principal a un plano secundario, solamente visible a través de un vano abierto en la pared. El asunto es tomado del Nuevo Testamento (Lucas 10), donde se narra la visita de Cristo y la queja de Marta por verse cargada de trabajo mientras María escucha la palabra del Salvador. Se piensa que la escena en primer plano representa a las dos mujeres en sus tareas cotidianas tras la visita. De nuevo Velázquez hace un alarde de su buen hacer en la representación de la naturaleza muerta.
Velázquez, Diego, La cena en Emaús, 1618-22, óleo sobre lienzo, National Gallery of Ireland, Dublin.
El mismo juego de planos, esa interrelación entre lo cotidiano y lo sagrado, vuelve a aparecer en La cena en Emaús, donde el asunto principal queda relegado al fondo y el primer término es ocupado por otra escena de cocina. Es probable que este tipo de composiciones se basen en grabados flamencos de la época; en ellos se combinan escenas sagradas con espacios de tabernas o cocinas obras de gran difusión en la época, y que formaban parte del repertorio iconográfico de mucho de los más importantes artistas y sus talleres.
Velázquez, Diego, El aguador de Sevilla, 1620, óleo sobre lienzo, Aspley House, Londres.
El aguador de Sevilla (1620) es una de sus obras más conocidas y representativas de su juventud. Como ocurre con otras obras, de ésta se conservan tres copias: una en Londres, la segunda en Florencia (en la que el aguador lleva un bonete) y, la tercera, en Baltimore. La luz es el motivo principal de este lienzo, que recorre en espiral los rostros de los protagonistas creando un delicioso juego naturalista. Como hecho curioso, la presencia de un higo en el interior de la copa de cristal sujeta por el joven de la izquierda (¿os resulta familiar su rostro? es el mismo joven de Vieja friendo huevos), probablemente un detalle que perfumaba el agua, aunque para algunos historiadores es un clara referencia sexual.
La ambición de Velázquez le llevó a trasladarse a la corte con 24 años, en 1623. Teniendo en cuenta la altísima calidad de su trabajo, no le costó mucho abrirse paso en el mercado artístico madrileño y convertirse en el retratista de la corte española. Aún así, sólo teniendo en cuenta estas obras de juventud ya hubiera merecido un puesto de honor en la historia de la pintura.
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