De Lempicka, Tamara. Retrato de madame Boucard, 1931, óleo sobre madera, colección privada.
Hay pocos datos certeros acerca de los orígenes de Tamara Lempicka. Ella misma dotó a su biografía de un aire de novela romántica (o de relato cinematográfico) que consiguió embaucar a todo su entorno, incluso a su propia hija. Se habla de los posibles orígenes judíos de la artista, de ahí la continua reinvención de sí misma, pues sería un modo de supervivencia ante el imparable ascenso del nazismo en Alemania y la creciente ostilidad hacia el pueblo judío que recorría Europa.
Hay pocos datos certeros acerca de los orígenes de Tamara Lempicka. Ella misma dotó a su biografía de un aire de novela romántica (o de relato cinematográfico) que consiguió embaucar a todo su entorno, incluso a su propia hija. Se habla de los posibles orígenes judíos de la artista, de ahí la continua reinvención de sí misma, pues sería un modo de supervivencia ante el imparable ascenso del nazismo en Alemania y la creciente ostilidad hacia el pueblo judío que recorría Europa.
La biografía oficial de Tamara Lempicka sitúa su nacimiento -bajo el nombre de Maria Górska- en el año 1898, en el seno de una acomodada familia polaca que podía permitirse viajar frecuentemente a San Petersburgo (Rusia), ciudad de especial relevancia en su biografía. Su interés por la pintura surge, según ella misma cuenta, al posar para un retrato que le estaba realizando una famosa artista polaca, cuyo resultado no fue en absoluto de su agrado; Tamara, con apenas 12 años, estaba convencida de poder hacerlo mejor, por lo que comezó a esbozar retratos de sus familiares buscando la precisión en el dibujo y la fidelidad hacia el personaje representado. La temprana vocación se vio reforzada por un viaje que realizó por Italia, en compañía de su abuela, en el que recorrieron los grandes museos de Venecia, Roma y Florencia.
Parece ser que el arte del bel far niente que ejercía Tamara se alargó en una dulce adolescencia marcada por la ocupación alemana de Varsovia. Con apenas 15 años, Tamara era una bella y descarada jovencita que vivía sin grandes preocupaciones ni temores. Eran años felices para ella, época en la que conoció a su primer amor, el adinerado abogado Tadeusz Lempicki, con quién se acabaría casando en 1916.
De Lempicka, Tamara. Madonna, óleo sobre cobre, colección privada.
Los primeros años del matrimonio transcurrieron en Rusia, en donde disfrutaron de los placeres que podía ofrecer San Petersburgo a una pareja de recien casado con los bolsillos llenos. Pero el estallido de la Revolución de Octubre y el carácter reaccionario de Tadeusz, trajeron los primeros problemas. El joven abogado fue encarcelado por los bolcheviques debido a sus inclinaciones políticas, por lo que la situación de Tamara en Rusia se tornó incierta. Enamorada y cada vez más presionada por encontrar la salida del país, movió cielo y tierra para sacar a su esposo de la cárcel y huir. Para ello no tuvo más remedio que acudir al embajador de Suecia, que le ofreció una vía de escape segura a cambio de favores sexuales.
Como otros muchos exiliados de la Revolución Rusa, el matrimonio desembarcó en el fascinante París de entreguerras. Gracias a figuras como Diáguilev, en París había crecido como la espuma el mito de la creatividad y el exotismo rusos. Todo lo que procedía de aquellas lejanas tierras producía una especial fascinación, y Tamara supo aprovecharlo para promocionar su arte. Nos situamos a finales de la década de los felices 20, años en los que Tamara disfrutó de su mayor éxito profesional con obras en un espléndido estilo Art Decó. En los personal también fueron años muy importantes; Tadeusz, harto de las continuas salidas de la artista y de sus escarceos con conocidas cantantes y mujeres del mundo de la noche, decide abandonarla en 1927 y divorciarse en 1931. Poco después Tamara conoce al barón Raoul Kuffner de Diószegh, amante y coleccionista de su obra con el que acabará casándose a pesar de que él era consciente de su abierta bisexualidad.
(izq.) De Lempicka, Tamara, Retrato de Mrs. Allan Bott, 1930, óleo sobre lienzo, colección privada.
(der.) De Lempicka, Tamara, Las dos novias, 1930, óleo sobre madera, colección privada.
La década de los treinta estuvieron irremediablemente significados por el ascenso del nazismo. Nuevamente Tamara se veía obligada a trasladar su residencia por la inminente ofensiva alemana. Antes del estallido de la guerra, los barones decidieron vender todas sus propiedades en Europa central y poner rumbo a Estados Unidos. Estos años también marcaron la decadencia de París como centro cultural mundial pues, recondando las palabras del crítico Harold Rosenberg: "El laboratorio del siglo XX ha sido cerrado". Era el momento de que Nueva York comenzara a brillar con luz propia.
Tamara viajaba con una ingente cantidad de cuadros dispuesta a triunfar en América; pero pese a sus esfuerzos por exponer en galerías de las grandes ciudades del país, su escaso éxito de crítica le hizo darse cuenta de la nueva deriva que tomaba el arte, sobretodo en un Nueva York marcado por las innovaciones artísticas que podían verse en las muestras organizadas por Peggy Guggenheim y Pierre Matisse.
De Lempicka, Tamara, El molino de café, 1941, óleo sobre madera, Museo de Bellas Artes de Nantes.
En los años 40 Tamara, que residía junto al barón en Los Ángeles, se resiste a abrazar las nuevas tendencias. Rompe con lo que hacía de sus obras más modernas en pos de la búsqueda de inspiración en las curvas y motivos de la pintura del XIX, eso si, con el uso de unos colores tan saturados que algunos han querido comparar las creaciones de esta época con las primeras películas en tecnicolor.
Tamara, presionada por el barón, decide regresar a la ciudad de los rascacielos. A finales de la década estaba más inmersa en su intensa y superficial vida social de alta sociedad que en un trabajo sistemático en su arte. Su estilo Art Decó estaba agotado, así que decidió viajar por Europa en busca de nuevos aires para su pintura.
(izq.) De Lempicka, Tamara, Tulipanes y jarrón, 1961, óleo sobre lienzo, colección privada.
(der.) De Lempicka, Tamara, La Tierra, 1963, óleo sobre lienzo, Lempicka Estate.
Durante estos años experimenta con la técnica, aplicando los pigmento con paletas que permiten apreciar la materia pictórica y la pérdida de contornos de la pintura aplicada directamente sobre e soporte. Sin duda es un momento de apertura que refleja en numerosas naturalezas muertas y en la revisión de algunas de sus obras.
En los 60 se dejó seducir el rompedor auge de la abstracción. Aunque su estilo se acercaba más al movimiento de principios del siglo XX que al expresionismo abstracto, sus obras recuperaron gran parte de su modernidad y dinamismo. A pesar de todo, la década comenzó marcada por la muerte de su marido, lo que hizo entrar en crisis personal a la artista. Decidió vender gran parte de sus propiedades y embarcarse en un crucero para dar la vuelta al mundo tres veces. A su regreso decide instalarse en Houston (Texas) para estar cerca de su hija y la familia de ésta.
El carácter de Tamara no hizo fácil la convivencia entre las dos mujeres, pero la relación entre madre e hija se mantuvo fiel hasta el final de sus días. Es más, cuando Tamara se retira a Cuernavaca (México), su hija (trás la muerte de su marido) decide fijar su residencia junto a ella para cuidarla en sus últimos días de vida. Pocos meses después Tamara Lempicka fallece, pero no sin antes haber disfrutado del reconocimiento que experimentó su obra desde mediados de la década de los setenta.
Sin duda alguna, su vida, que corre paralela a los grandes aocntecimientos de la historia occidental de siglo XX, es digna de un guión cinematográfico.
De Lempicka, Tamara. Madonna, óleo sobre cobre, colección privada.
Los primeros años del matrimonio transcurrieron en Rusia, en donde disfrutaron de los placeres que podía ofrecer San Petersburgo a una pareja de recien casado con los bolsillos llenos. Pero el estallido de la Revolución de Octubre y el carácter reaccionario de Tadeusz, trajeron los primeros problemas. El joven abogado fue encarcelado por los bolcheviques debido a sus inclinaciones políticas, por lo que la situación de Tamara en Rusia se tornó incierta. Enamorada y cada vez más presionada por encontrar la salida del país, movió cielo y tierra para sacar a su esposo de la cárcel y huir. Para ello no tuvo más remedio que acudir al embajador de Suecia, que le ofreció una vía de escape segura a cambio de favores sexuales.
Como otros muchos exiliados de la Revolución Rusa, el matrimonio desembarcó en el fascinante París de entreguerras. Gracias a figuras como Diáguilev, en París había crecido como la espuma el mito de la creatividad y el exotismo rusos. Todo lo que procedía de aquellas lejanas tierras producía una especial fascinación, y Tamara supo aprovecharlo para promocionar su arte. Nos situamos a finales de la década de los felices 20, años en los que Tamara disfrutó de su mayor éxito profesional con obras en un espléndido estilo Art Decó. En los personal también fueron años muy importantes; Tadeusz, harto de las continuas salidas de la artista y de sus escarceos con conocidas cantantes y mujeres del mundo de la noche, decide abandonarla en 1927 y divorciarse en 1931. Poco después Tamara conoce al barón Raoul Kuffner de Diószegh, amante y coleccionista de su obra con el que acabará casándose a pesar de que él era consciente de su abierta bisexualidad.
(izq.) De Lempicka, Tamara, Retrato de Mrs. Allan Bott, 1930, óleo sobre lienzo, colección privada.
(der.) De Lempicka, Tamara, Las dos novias, 1930, óleo sobre madera, colección privada.
La década de los treinta estuvieron irremediablemente significados por el ascenso del nazismo. Nuevamente Tamara se veía obligada a trasladar su residencia por la inminente ofensiva alemana. Antes del estallido de la guerra, los barones decidieron vender todas sus propiedades en Europa central y poner rumbo a Estados Unidos. Estos años también marcaron la decadencia de París como centro cultural mundial pues, recondando las palabras del crítico Harold Rosenberg: "El laboratorio del siglo XX ha sido cerrado". Era el momento de que Nueva York comenzara a brillar con luz propia.
Tamara viajaba con una ingente cantidad de cuadros dispuesta a triunfar en América; pero pese a sus esfuerzos por exponer en galerías de las grandes ciudades del país, su escaso éxito de crítica le hizo darse cuenta de la nueva deriva que tomaba el arte, sobretodo en un Nueva York marcado por las innovaciones artísticas que podían verse en las muestras organizadas por Peggy Guggenheim y Pierre Matisse.
De Lempicka, Tamara, El molino de café, 1941, óleo sobre madera, Museo de Bellas Artes de Nantes.
En los años 40 Tamara, que residía junto al barón en Los Ángeles, se resiste a abrazar las nuevas tendencias. Rompe con lo que hacía de sus obras más modernas en pos de la búsqueda de inspiración en las curvas y motivos de la pintura del XIX, eso si, con el uso de unos colores tan saturados que algunos han querido comparar las creaciones de esta época con las primeras películas en tecnicolor.
Tamara, presionada por el barón, decide regresar a la ciudad de los rascacielos. A finales de la década estaba más inmersa en su intensa y superficial vida social de alta sociedad que en un trabajo sistemático en su arte. Su estilo Art Decó estaba agotado, así que decidió viajar por Europa en busca de nuevos aires para su pintura.
(izq.) De Lempicka, Tamara, Tulipanes y jarrón, 1961, óleo sobre lienzo, colección privada.
(der.) De Lempicka, Tamara, La Tierra, 1963, óleo sobre lienzo, Lempicka Estate.
Durante estos años experimenta con la técnica, aplicando los pigmento con paletas que permiten apreciar la materia pictórica y la pérdida de contornos de la pintura aplicada directamente sobre e soporte. Sin duda es un momento de apertura que refleja en numerosas naturalezas muertas y en la revisión de algunas de sus obras.
En los 60 se dejó seducir el rompedor auge de la abstracción. Aunque su estilo se acercaba más al movimiento de principios del siglo XX que al expresionismo abstracto, sus obras recuperaron gran parte de su modernidad y dinamismo. A pesar de todo, la década comenzó marcada por la muerte de su marido, lo que hizo entrar en crisis personal a la artista. Decidió vender gran parte de sus propiedades y embarcarse en un crucero para dar la vuelta al mundo tres veces. A su regreso decide instalarse en Houston (Texas) para estar cerca de su hija y la familia de ésta.
El carácter de Tamara no hizo fácil la convivencia entre las dos mujeres, pero la relación entre madre e hija se mantuvo fiel hasta el final de sus días. Es más, cuando Tamara se retira a Cuernavaca (México), su hija (trás la muerte de su marido) decide fijar su residencia junto a ella para cuidarla en sus últimos días de vida. Pocos meses después Tamara Lempicka fallece, pero no sin antes haber disfrutado del reconocimiento que experimentó su obra desde mediados de la década de los setenta.
Sin duda alguna, su vida, que corre paralela a los grandes aocntecimientos de la historia occidental de siglo XX, es digna de un guión cinematográfico.
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