Gafney, Joe. Hubert de Givenchy rodeado de sus modelos con motivo de la
retrospectiva realizada en Japón por sus 30 años de carrera, 1982.
“Decidí que un día sería modisto debido a la admiración que me producía
el corte impecable, la elegancia y la modernidad de las creaciones de Cristobal
Balenciaga. Tuve la gran oportunidad de entrar a trabajar con Jacques Fath,
diseñador joven y de gran talento, y un año más tarde continué mi formación con
Robert Piguet. Por entonces conocí a Christian Dior, que estaba preparando la
apertura de su propia casa, y me propuso que trabajara con él más adelante.”
Hubert de Givenchy.
Doisneau,
Robert. Hubert de Givenchy, 1960.
El Museo Thyssen presenta una gran retrospectiva de los 44 años de
carrera (1952-1996) del modisto francés Hubert de Givenchy. La muestra, comisariada por la
propia Maison, reúne casi un centenar
de creaciones procedentes de museos y colecciones privadas de
todo el mundo, que comparten espacio y discurso con algunas obras de la colección Thyssen.
Givenchy es una de las firmas de alta costura más reconocidas y
alabadas, una maison que forma parte del genoma cultural (y en gran medida de la leyenda) del
siglo XX. Es parte de la historia de esa sociedad glamurosa, elitista, que vive
ajena a las preocupaciones diarias, dedicada al lujo y a la ostentación, que
ocupa su lugar en el estrellato político, social, económico e incluso integrado
en la realeza.
La presencia de obras de Francisco de Zurbarán, Rothko, Miró o Robert
Delaunay se explica por la influencia que el arte de la pintura ha ejercido en
la labor del artista. Como todo creador, en su proceso creativo considera necesario apropiarse del pasado,
analizarlo e interpretarlo para, de esa manera, poder crear algo nuevo. Sin
duda las geometrías y el uso del negro en la obra de Stella tienen su
paralelismo en creaciones como el little
black dress de Givenchy, o las lujosas vestimentas y adornos de los que
Zurbarán dotaba a sus santas, pueden recordar a los lujosos vestidos de gala de
la casa francesa.
(izq.) Cartel de la exposición
con la imagen de Audrey Hepburn. (der.) Detalle del vestido de noche recto, en
satén negro. Diseñado por Givenchy para
Audrey Hepburn en la película Desayuno con diamantes, 1961, Maison
Givenchy.
“Con su aspecto más juvenil, y con un estilo distinto tanto por su
encanto como Portu marcada personalidad, Audrey Hepburn hizo también mucho por
el éxito de nuestra firma. Durante dos años, Audrey me pidió que la vistiera en
películas suyas, como Sabrina, Desayuno con diamantes, Una cara con ángel y muchas otras, con
lo que fue creciendo nuestra amistas. Y la alegría de trabajar juntos nos fue
deparando momentos inolvidables.” Hubert de Givenchy.
Una de los espacios más atrayentes (casi parece una fan-zone) es sin duda el dedicado a la especial amistad que el
modisto mantuvo con la estrella hollywoodiense Audrey Hepburn. Su aspecto
delicado, frágil, pero fascinante y de una elegancia soberbia, debe mucho a su
estrecha colaboración con Givenchy. Un tandem
laboral que con el tiempo se convirtió en una bonita amistad.
Conjunto de noche compuesto por vestido y abrigo en satén crudo, cuerpo
con flores multicolores bordadas. Llevado por Jackie Kennedy, verano
de 1961. Maison Givenchy.
En este punto he de reconocer que mi conocimiento del mundo de la moda
es bastante escaso, no es una de las ramas del Arte que me fascine
especialmente; sin embargo soy consciente de su influencia cultural, económica, social e
histórica innegable. Es por ello que resulta curioso ver una exposición como
esta, de una de las firmas más prestigiosas a nivel mundial, con mi mirada
nueva, e ignota, que se acerca a un mundo extraño y ciertamente desconcertante.
Todos aquellos vestidos de corte impecable, delicadas telas y complejos
entramados textiles, me resultan tan lejanos como la clientela a la que se
dirigen: una serie de señoras de la alta sociedad y personajes dignos de la
crónica rosa y la cultura Pop más elitista (valgan como ejemplo Wallis Simpson, Carolina de Mónaco o Jacqueline Kennedy).
En algunos momentos me sentía en unos grandes almacenes de la
londinense Oxford Street tipo Selfridges,
como un turista que tiene la sensación de estar gastando una fortuna
simplemente paseando por aquellas salas. Espacios que, por su parte, queriendo
o sin querer, recuerdan a escaparates de tiendas de lujo y a ese ambiente de gran
almacén donde predominan los espacios cerrados, el control de la iluminación
para dar la sensación de detención del tiempo, los maniquíes de medidas
perfectas que acentúan esa idea de irrealidad, etc. Inevitablemente pensaba en
esa idea del “ente plástico, a propósito del maniquí, del que hablaba la
historiadora Ana Ávila Padrón en referencia a la relación entre Gómez de la
Serna y Gutiérrez Solana. En definitiva todo un conjunto de sensaciones y extrañezas que, aún así, me dejaron un buen sabor de boca.
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